Wednesday, November 17, 2004

El chino de la esquina



No puedo evitar el recordar con nostalgia cuándo en algún momento durante mi niñez, mi madre, cocinera por excelencia, nos pidió por primera vez a mi hermana y a mi correr al "chino de la esquina" para comprarle un kilo de arroz.

El chino de la esquina no quedaba más que a unos cuántos metros de mi casa, sin embargo, el hecho ya de ser encargada una responsabilidad tan importante como la de establecer una transacción comercial, a mi tan temprana edad, era ya una importante paso, hacia la tan ansiada madurez. Y sería este tan pintoresco personaje el fiel testigo de aquella transformación que tomó lugar lentamente no sólo en mi, sino en muchos de los vecinos que acudíamos fielmente a su tienda en busca de algún producto de primera necesidad, o simplemente en busca de cualquier dulce barato que adquiríamos como pretexto para poder ver si el muchacho o muchacha por el que nuestro joven corazoncito latía estaba allí, o simplemente para calmar la sed producto de alguna caminata en un largo y caluroso día.

Es así como don Luis Wong (creo que así se llamaba), conoció a niños, luego a jóvenes, luego a padres, luego a niños que se convertiría en padres y también madres que se convertirían en padre y madre.

El buen chino de la esquina sabia y veía todo. Pero de un susurro no pasaba.

Estoy segura de que si Don Luis hubiera tenido la facilidad de palabra que yo tengo, Lima hubiera sido la capital de los crímenes pasionales. Pero no fue así. El silencio y la discreción absoluta reinaban en su tienda así como el humo de sus cigarrillos.

Un día aparecieron detrás de los estantes una joven mujer con un bebé en brazos y un pequeñín que corría por toda la tienda. Ella no hablaba nada de castellano y el pequeñín apenas hablaba, pero con el correr del tiempo aprendió rápidamente lo que debía y lo que no debía decir en castellano. Su padre no estaba contento.

El chino de la esquina era un personaje único, era el "enlace comercial" de nuestra cuadra. Allí podíamos encontrar de todo. Desde un tornillo, hasta un álbum para fotografías con tapas de cuero y adornos de nácar (made in Hong Kong). Juguetes que habían dejado de producirse hacía ya años, pero que dada la ubicación y la falta de publicidad para esta clase de productos no tradicionales de una bodega de vecindario, habían colectado valor y polvo a través de los años. Si se trataba de un regalo de último minuto, estoy segura de que el chino de la esquina tenía la solución.

Durante la época del régimen militar, en donde los artículos de primera necesidad escaseaban, don Luis siempre sacaba de apuros a las madres más dedicadas del barrio. Leche, arroz y huevos nunca faltarían en las mesas de mi barrio.

Don Luis también demostró que tenía su corazoncito. A pesar de ser un personaje de pocas palabras, en más de una ocasión presencié el lado sensible de este hombre. En una oportunidad un niño muy sucio llego a pedir una bebida. Don Luis se la sirvió, pero luego de haber consumido la última gota del dulce néctar, el muchachito informó a Don Luis en un tono muy bajo que no contaba con lo necesario para pagar. Yo logré captar la confesión haciendo un esfuerzo para oír. Luego de renegar por un minuto en su media lengua, Don Luis, cigarro en boca despedía al pequeño con un gesto de "esta bien, pelo aola vete". Muy discretamente, como para que nadie se enterara de lo sucedido.

En la tienda de la esquina se daban cita personajes únicos.

Una tarde, durante un ardiente día de verano unos amigos y yo nos encontrábamos bebiendo unas Inca Kolas. De pronto, y justo cuando nos encontrábamos enfrascados en una conversación muy entretenida, un personaje, sumamente sucio y maloliente se acercaba a uno de mis amigos y con una familiaridad única ¡zas! lo acorraló en abrazos y besos, quién por la rapidez de su accionar, no podía darse cuenta de que o quién se trataba. Herminia, se llamaba esta vieja conocida del vecindario, quién por su falta de coherencia en el hablar y pensar, y por sus constante demostraciones de afecto para con extraños, se había ganado el sobrenombre de Viviana Enamorada, en honor al personaje de la telenovela interpretado por Lucía Méndez.

En otra ocasión un ladrón carterista fue capturado en el mismísimo piso de la tienda. Esposas en mano, los policías escoltaron al malhechor hacia la estación policial de enfrente. Don Luis sonreía al observar lo transcurrido sin decir una sola palabra, sólo sonreía... y fumaba.

Una asoleada mañana de domingo, don Luis, cigarro en mano, discutió con la joven esposa que para entonces, ya se las sabía todas. No le tomo mucho tiempo en aprender las mañas del oficio de abarrotera y con el poco castellano que hablaba se defendía con sus clientes, pero esa mañana, algo había pasado. Los dos discutían en cantones. Las manos volaban en muchas direcciones, y las voces iban cada vez mas subiendo de tono. Es difícil saber cuando una pelea es en serio y cuando se mantiene una simple conversación cuando los interlocutores conversan en cantones. Ya más de una vez había preguntado con preocupación a la chinita si había algún problema ante las airadas discusiones, pero ella siempre desinflaba mi espíritu pacifista al confirmar que ella sólo preguntaba a su esposo por un producto.

Pero en este día en particular, el rostro de don Luis había cambiado de color. Se paseaba sin cesar de arriba para abajo en el angostísimo pasadizo de la tienda. La chinita despachaba a sus clientes cómo si nada.

De un momento a otro don Luis levantando la tranca de madera que separaba el mostrador con el pasillo que llevaba al interior de la tienda, se dirigió hacia la puerta principal de la tienda y caminando lentamente se alejo por la avenida dejando una estela de humo que se desvaneció por entre el bullicio de buses, vendedores de dulces, y gente corriendo de un lado para otro.

Nunca se supo exactamente que paso esa mañana, pero a partir de ese día, la tienda experimento cambios que hasta el momento no se habían visto hacer. Los productos eran renovados con regularidad. Nunca más nos tocaron huevos pasados ni gaseosas con cucarachas adentro, y el polvo que yacía en las repisas superiores desapareció por arte de magia. La chinita, Cecilia, como se llamaba la ahora ex-esposa de Don Luis, era la responsable.

Sus hijos crecieron poco a poco y fueron heredando la administración del local. Pero la transformación del local no paró hasta convertirse en lo que es ahora, un local en los que "los borrachos" del barrio se reúnen. El local ahora ofrece únicamente bebidas: una suerte de licorería.

No mas cuerdas de guitarra, desarmadores, talco para pies ni desodorantes, solo cerveza y algunas otras bebidas alcohólicas.

De Don Luis, no supimos nada mas, pero los recuerdos de las épocas en los que gozábamos con el popular privilegio de contar con nuestro propio "chino de la esquina" quedaron siempre con nosotros. Y de vez en cuando, en alguna reunión del barrio con viejos amigos recordamos a este intrigante personaje y nos preguntamos: -¿Que será de Don Luis?

Seguro que vendiendo huevos no tan frescos y "pan con antibiótico", como llamábamos al pan que ya empezaba a ponerse verde por la humedad.

Y con su distraída sonrisa preguntando: -Que quele...

Ya sabe Don Luis, Camarón que se duerme, amanece en el chifa.

Astrid V.
Anaheim, California
Agosto 2002

5 comments:

Pilarcita said...

¡Cuánto tiempo de aquello, ¿no?!

Antigona said...

Jajajaja... la verda que si, y como extraño a mi chinito de la esquina, aqui no tengo... buh... =(

Anonymous said...

Creo que todos los que vivimos en Lima podemos contar las mil y una experiencias vividas en la tienda del chino de la esquina. Todos tuvimos un chinito no?
Linda historia de verdad. Gracias por hacerme retroceder tantos años con esa nostalgia bonita.

Anonymous said...

Creo que todos los que vivimos en Lima podemos contar las mil y una experiencias vividas en la tienda del chino de la esquina. Todos tuvimos un chinito no?
Linda historia de verdad. Gracias por hacerme retroceder tantos años con esa nostalgia bonita.

::Alejandro:: said...

Linda historia, escrita de una manera muy sencilla pero a la vez con mucha profundidad, mucho sentimiento. Al final, la suerte de la tienda de la esquina resultó un poco agridulce (no pun intended).

Gracias.

Saludos.